Por Fabián Restivo
El famoso Fiat calandrajoso que postulaba “todos somos Vicentín” aún espera que otro auto le responda “todos somos el Garrahan”.
La nueva grieta parece darse en lo que muchos han renombrado como discriminación positiva. Allí donde no hay ambigüedad posible. Es entre “Nación” y Provincia de Buenos Aires. O para llamar a las cosas por su nombre, es entre Javier Milei y Axel Kicillof.
Los médicos y todo el personal del hospital Garrahan sale otra vez a defender la vida de cientos de niños que están en riesgo. Ya los vimos marchar, bailar, gritar. Ya los vimos llorar de impotencia. Y ya vimos la despreciable respuesta del presidente, que como ante una homilía en el momento del ángelus, a cada intención responde “son kirchneristas”. Supongo que en su muy próxima visita a Israel, dirá lo mismo de los miles de niños palestinos asesinados en Gaza.
Podría decir que todos los médicos, médicas enfermera y enfermeros más todo el personal de los hospitales del país están haciendo lo que pueden con lo que no les da el estéril gobierno central, pero estaría -aunque con alto grado de certeza- suponiendo. Yo prefiero hablar de lo que sé. De lo que vi. De lo que escuché en los hospitales de la Provincia de Buenos Aires.
Y los contrastes son incontestables.
Yo vi al doctor Javier Maroni, levantando el Hospital Evita de las ruinas “porque el pueblo merece lo mejor”. Lo vi dirigiendo ese hospital caminando por los pasillos, hablando con medio mundo y haciendo una lista. No un Exel, una lista, porque “con eso yo pido, jodo, le rompo la bolas al ministro Nicolás Kreplaj y él empuja más arriba y las cosas entonces funcionan”.
En la Provincia de Buenos Aires todo queda lejos de los ministerios y de la oficina del gobernador. Todo se mide en kilómetros. Y la gente, los habitantes, se miden en millones. Pero en aquellas lejanias ví a la de verdad guerrera médica emergencista Azul Susarte, batírselas cada día con gente llegando siempre al borde de la muerte, cortando, cosiendo, poniendo cables y vendas, en el hospital Mariano y Luciano de la Vega de Moreno, exhausta pero feliz porque “a veces las cosas tardan un poco en llegar, pero sabemos que llegan”. Y lo dice mientras sale un minuto a fumar, afirmando que “el lugar es aquí, porque el lugar es donde una hace falta”.
Trataba de imaginar un maravilloso mundo donde los equipos del Garrahan o del Hospital Laura Bonaparte o de tantos otros hospitales tuvieran la misma suerte de trabajar en equipo con un gobierno que se ocupe de darle a la salud las herramientas para que esas vocaciones no se apaguen en la desesperación angustiante de saber cómo y no tener con qué, sometiendo a los médicos y médicas a ser espectadores de unas muertes que saben cómo evitar.
Somos un país. Una nación. Una sociedad. Menos una comunidad. Eso no somos.
Leí al presidente decir que lo del Garrahan se había politizado ¡Increíble hallazgo! Claro que la salud pública es una cuestión política. Es más, solamente es una cuestión política. Ahí van las políticas de Estado, las decisiones políticas de cómo distribuir el presupuesto (que Argentina no tiene porque al presidente no le dió la regalada gana) y con las que el gobernador Kicillof se encuentra cada día.
Hace algo más de un año, un hombre cruzado por las tormentas que preveían un futuro tan cercano como horrible, me dijo “yo solo pido que no nos dejen morir”. Era Eduardo Castaño. Su compañera de toda la vida, María Teresa Troiano, padecía un cáncer raro y terminal y el gobierno de Milei había decidido quitarles unos medicamentos impagables. Ella murió dos meses después. Los muertos por la misma decisión fueron más de cien. Y si, están muertos por una decisión tan miserable como política: la política del horror sin culpa ni importancia.
Por la misma época conocí a un joven médico militante que dirigía otro hospital de la Provincia de Buenos Aires, Emmanuel Álvarez, que en medio del vértigo clínico pergeñaba un plan quinquenal de salud. Me lo contaba a gran velocidad agitando las manos y con una expresión de loco afiebrado y feliz, que supone que la humanidad tenía una chance. Y sé que otro médico militante, Daniel Gollán, anda en las mismas, aportando conocimiento, experiencia y rigor. Esa junta de gentes decentes y amantes fascinados por la salud, está por llegar a su cometido.
Definitivamente la nueva grieta es entre la vida y la muerte. En todo. Y claro que también entre gente a la que le apasiona curar, como un acto de furiosa alegría, y otra gente que disfruta del dolor ajeno, de infringirlo, cómo una torpe vergüenza de la que se vanaglorian mientras babean su propia carcajada.
Ojalá no acaben con todo. Ojalá ganen, por una vez, los buenos. Ojalá la felicidad de salvar se organice y venza con rigor y alegría.
Ojalá los Garrahans sean lo que las médicas y lo médicos, y las enfermeras y enfermeros quieren que sean.
Hay con qué. Yo los ví.
Publicada en Página 12