Por Georgina Canteros*
Claro que solo alguien de muy avisado oído podría diferenciar al ruso del ucraniano, un detalle que no vendría al caso ya que se trata en ambos casos de familias, en su mayoría jóvenes, a veces compuestas de más de una generación, que llegaron a nuestro país huyendo de un conflicto que al iniciarse, en febrero de 2022, hasta los más expertos analistas vaticinaban no duraría más de 90 días. Aquí estamos, luego de 24 meses, con el conflicto devorando los presupuestos de la potencia del este y de los miembros de la OTAN, presionados a seguir contribuyendo en favor de su patio trasero.
Podría decirse que los analistas cayeron en la misma trampa de siempre, analizar a Rusia desde parámetros occidentales, sin considerar las particularidades y en especial la capacidad de maniobra de Vladimir Putin, quien se perfila para ganar su quinta elección el próximo marzo aún en un escenario ensombrecido por la muerte de Alexei Navalny, su principal opositor, quien se encontraba cumpliendo una sentencia de 19 años de prisión desde el pasado agosto.
Por otra parte, la difusión en redes sociales de niños y jóvenes de aspecto europeo siendo víctimas de bombardeos en ciudades que se encuentran a escasa horas de vuelo de las principales capitales europeas, presionaron a los líderes occidentales a reforzar y sostener la asistencia a Ucrania.
Para abordar este tema es necesario hacerse tres preguntas: ¿Por qué la guerra? ¿Por qué se sigue extendiendo? ¿Qué podemos esperar de este conflicto? Para comenzar a dar respuesta a estos interrogantes, debemos primero dejar en claro una cuestión: de acuerdo a la cosmovisión de Putin, Ucrania debería formar parte indivisible de la Federación de Rusia, es decir, no solo considera en disputa los territorios del Donbass, donde se inició el conflicto en 2022, sino a Ucrania en su extensión.
En caso de no lograr anexarla, su segundo anhelo es mantenerla bajo su órbita y no bajo la influencia de la OTAN, quien se encuentra en franco avance desde la incorporación de Polonia, Rumania, Eslovaquia y Hungría.
10 años atrás, Rusia logró anexar un territorio con una gran importancia geopolítica, Crimea, que le otorga la posibilidad de acceder al mar mediterráneo, en el marco de un gran revuelo político que terminó con el gobierno de Yanukovic, quien mantenía una postura pro-rusa.
En 2022, el conflicto explotó a pocos días del ascenso de Zelensky, un outsider que supo utilizar a su favor la condición de último bastión de resistencia ante el avance hacia oriente de la OTAN. Lo que parecía ser un conflicto que duraría 90 días, sigue hasta el día de hoy dejando cientos de muertos y redefiniendo las fronteras de los beligerantes día a día.
Esta prolongación del conflicto se debe en parte a la capacidad de maniobra que un gobierno con características autocráticas le otorga a Vladimir Putin, quien logró en pocos meses redirigir recursos para alimentar la industria militar y movilizar cientos de miles de rusos a los frentes mediante la conscripción obligatoria.
Es de esperar que en tanto los poderosos miembros de la OTAN continúen respaldando a Ucrania y Putin no ceda en sus ambiciones, este conflicto continúe.
Mientras tanto, y a pesar de nuestros innegables problemas, la Argentina se presenta una vez más como un páramo para quienes huyen de los horrores de una guerra que se desata esta vez, en el patio trasero de Europa.
(*) Licenciada en Relaciones Internacionales