Nadie puede saberlo, pero a diez minutos de que terminara la final entre River y Estudiantes por la Supercopa, la sensación era que el ciclo Demichelis pendía de un hilo. Algo se había quebrado. La gente lo insultó por primera vez para pedirle por los pibes, la formación inicial y la estrategia elegida no habían salido, el equipo se empastaba contra un rival que apenas se defendía. Y el fútbol es tan lindo que tiene estas cosas: pocos minutos después, el técnico sumó su tercera estrella en este ciclo.
Su llanto post partido explica que él se jugaba mucho más que River. Que el quiebre con la gente y la foto de Enzo Pérez levantando el trofeo iba a ser muy difícil de revertir. Pero River resurgió, River lo buscó por todos lados, por momentos con pocas ideas, pero lo buscó siempre. Y el equipo y su entrenador tuvieron su merecido, una búsqueda con premio. Ese gol de Aliendro fue uno de los más gritados de los últimos tiempos por toda la carga que tenía encima. Porque fue un golazo. Porque fue agónico. Porque River lo necesitaba.
Demichelis pasó de verse entre sombras a gritar campeón. Y no solo eso: tantas veces criticado por sus cambios, fue la mano del técnico una de las principales explicaciones por las que River terminó dando vuelta un partido que parecía predestinado a estar torcido hasta el final. El ingreso-delivery de Echeverri inmediatamente después del pedido de la gente, el de Villagra para acomodar un medio que naufragó todo el primer tiempo, el de un Santiago Simón que la rompió con mayúsculas y le dio pase limpio e intensidad al equipo. El de Aliendro.
Después del empate de un Solari que de alguna u otra manera siempre hace un gol, Micho llamó al Peti: el 29 se sacó la pechera, recibió indicaciones, pero no ingresó inmediatamente. El cuerpo técnico lo frenó, lo abrazaba a Aliendro, esperaba el momento más indicado durante algunos minutos. Como si supiera cuál era el minuto. Ese fue el último movimiento de pizarrón de un Demichelis que también dio vuelta el partido.
Aunque tal vez no haya sido el cambio que desbloqueó el partido: la salida de Enzo Pérez también pareció destrabar algo, simbólica y futbolísticamente. Como si la sola presencia del último gran ídolo del CARP anulara algo: salió el mendocino y un minuto después empató River.
Las fotos irán con la noche de gloria de Aliendro, pero tal vez como nunca antes un entrenador tuvo tanta influencia en una final. Primero negativa, con un equipo mal plantado en la cancha, desordenado para el retroceso y muy ordenado y previsible para un ataque con referencias claras de marca con Solari y Colidio tan pegados a la línea y con tan poca influencia de ataque.
La inclusión de un Casco que apenas había jugado un partido en meses para ponerlo a hacer una doble función de marcador de punta y doble cinco (con un Kranevitter que tampoco era titular desde hace tanto tiempo) fue tal vez el movimiento que marcó ese primer tiempo, un dibujo y una idea acaso demasiado sofisticadas y sobreanalizadas para el contexto.
Casi como una autocrítica a tiempo en forma de cambios fue la que salvó a River: la corrección de MD sacó a River de un pozo en el que iba haciendo figura a Mansilla apenas por arrestos individuales. Con el correr de los minutos, el arquero de Estudiantes subió puntaje ya por otra imagen de River.
Un River que otra vez es campeón. Pero es campeón de un modo especial: sabiendo sufrir, sin tirar la toalla nunca, dando vuelta una final. Era lo que necesitaba: ganar y ganar así. Para un equipo que generaba incertidumbre para las paradas más bravas, el partidazo del Kempes puede ser una bisagra a futuro como alguna vez ocurrió con otra Supercopa hace algunos años.
Tendrá, claro, mucho para corregir, cosas por revisar. Pero triunfos como el de anoche son los que marcan a los equipos, a los jugadores, a los técnicos. Con el último aliento, con el último Aliendro: River fue el último en gritar campeón en 2023 y es el primero en hacerlo en 2024. Y los datos, los números que tantas veces se ven fríos, ahora tienen un sentido nuevo.
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