Por Mempo Giardinelli
Hay también quienes todavía piensan que la pandemia de 2019-2021 no fue el peor año de la historia médica argentina. Un yerro, quizás, que merece por lo menos una meditación acerca de lo que constituye lo mejor y lo peor.
Y es que al ser materia opinable, y según se muevan intereses, sin dudas cada peste conlleva un final que antes o después quedará fijado en la memoria colectiva como “el año de la peste”.
Hubo muchos casos así en la historia de la Humanidad. Sin ir muy lejos, y según la Organización Mundial de la Salud (OMS), unos 14,9 millones de personas murieron en el mundo a causa de la pandemia de COVID-19 entre enero de 2020 y diciembre de 2021. Y se estima en otros 83 millones el número de infectados entre 2019 y 2021, con dos millones de muertos y 50 millones de infectados recuperados.
Todo eso, se sabe, produjo también un desquicio fabuloso, nunca visto por los 8.000 millones de habitantes que tenía este planeta al inicio del Covid en todos los continentes y en los casi 200 países que hay en el mundo.
El 84% del exceso de muertes se produjo en el sureste asiático, Europa y América, con el 68% concentrado en diez países. La mayor cantidad se registró en el sureste asiático, con 5,99 millones. En la lista por regiones le siguieron Europa, con 3,25 millones; América, con 3,23 millones; África, con 1,25 millones; y el Mediterráneo oriental, con 1,08 millones. El Pacífico occidental fue la zona menos afectada, con 120.000 muertes.
Pero también cabe apuntar que desde la 2ª Guerra Mundial nunca hubo tantos conflictos bélicos simultáneos. Hay en este momento 56 guerras internacionales activas, con 92 países involucrados más allá de sus fronteras, según el estudio sobre la paz global del Institute for Economics and Peace. Es la mayor cantidad desde la 2ª Guerra Mundial y entre los casos más tratados por la prensa universal figuran Ucrania, Gaza, Sudán, Etiopía, Siria, Afganistán y la República Democrática del Congo. Además, esas guerras tienen cada vez mayores componentes internacionales, por lo que no deja de ser chocante que de todo esto casi no se hable.
Como tampoco se puede asegurar que se hayan terminado las pestes, y menos si se incluye en los conteos a las guerras que en los últimos dos o tres años vienen desequilibrando la vida humana de maneras asombrosas y masivas, como nunca antes en toda la ya trágica historia computable.
Cierto que como civilización nos recuperamos una y otra vez, pero en todos los casos quedan mucho dolor y miedo estampados en los rostros de las víctimas de lo que bien puede llamarse la barbarie tecnológica actual, que contribuye al desastre ambiental generalizado en todo el planeta, cuyo recalentamiento se acelera y prueba de ello – sólo en Sudamérica – son los incendios cada vez más gigantescos en la Amazonía, así como no se detiene la tala de bosques en varias provincias argentinas y particularmente este columnista subraya la feroz eliminación del bosque chaqueño en el mismo momento en que se escribe esta nota.
También es por todo esto que los “años de la peste” parecen no terminar nunca. Y tanto así es que hoy sería prácticamente imposible señalar el peor año de la historia de la humanidad, porque son prácticamente todos. Ni un solo año ha vivido el planeta Tierra sin guerras, conflictos raciales, amenazas y choques que anulan la paz en favor de las industrias bélicas.
Además resulta complejo, por lo menos desde el medioevo, fijar un punto de registro porque de todos los siglos que enumera la prensa mundial se mantiene firme la idea de que el peor año de todos los tiempos fue el 536, o sea la primera mitad del siglo 5º, hace 1.500 años.
En este sentido, no deja de ser paradójico que la revista Time aseguró, en 2021, que el 2020 fue “el peor año de todos los tiempos”. Opinión tan discutible como el absurdo sistema electoral norteamericano.
De todos modos, la mayoría de los historiadores concuerda en que ese año 536 sí fue el peor para la humanidad, superando a la peste negra del año 1349, la viruela del 1520 y la gripe norteamericana de principios del siglo 20, que ellos llamaron y siguen llamando “gripe española” aunque esa peste no empezó en España sino en Francia en 1916, y en China en 1917, y los primeros casos se declararon en la base militar estadounidense de Fort Riley, en marzo de 1918.
Esa peste, muy parecida a la pandemia de 2020, mató a más de 40 millones de personas en tres años (1918 a 1920) y se la llamó “española” porque en la 1ª Guerra Mundial España era un país neutral que no censuraba la publicación de informes sobre enfermedades, a diferencia de los países guerreros que sí censuraban para no desmoralizar a sus tropas.
Y aún si el 536 no hubiese sido “el peor año de la historia humana”, sí hay registros de que ese año hubo una erupción volcánica masiva en Islandia, en el Atlántico Norte, que produjo una cerrada niebla que oscureció a toda Europa, que por entonces y con mirada etnocéntrica era “todo el mundo”.
La insólita oscuridad del año 536 duró 18 meses y las 24 horas de cada día, lo que implicó un año y medio sin sol, que en la Historia Universal se recuerda como “la edad oscura”, que produjo un fuerte cambio climático, pérdida de cosechas y una hambruna que alcanzó a toda Europa y Asia y África. Y que quizás fue la causa de que pocos años más tarde, en el 541, llegara a Europa desde Egipto la famosa “peste bubónica”, decisiva para la caída del Imperio Bizantino.
Otros años horribles fueron el de la Peste Negra, en el siglo 14, que mató a la mitad de la población europea; o la Viruela que los conquistadores trajeron a América hacia 1520 y que mató a entre el 60 y el 90% de los pueblos originarios americanos. Y ni se diga la peste que significaron el nazismo y la 2ª guerra mundial entre 1933 y 1945, donde murieron 60 millones de personas.
Todas esas tragedias causaron horribles pestes, como la de 2020. De todos modos, y aunque es odioso comparar cuál año fue peor en tantos siglos, esta columna sí propone recordar que en ninguna de esas pestes el planeta tenía más de 500 millones de habitantes en total. Hoy somos casi 8.500 millones y las pestes que padecemos no provienen sólo de contagios virales sino también del belicismo feroz que impera en el planeta.
Lo que sí dejaron las viejas pestes, paradójicamente y para bien de la Humanidad, fueron obras de arte que enriquecieron la cultura. Ahí están El corral de apestados, tremenda pintura de Francisco Goya (1798) o los cuentos de El Decamerón, de Giovanni Bocaccio, quien a mitad del siglo 14 unió para siempre a la gran literatura con la Peste Negra europea que duró más de un siglo, y todo eso mientras conquistadores y piratas europeos arrasaban Nuestra América enloquecidos por el oro y la plata y mataban a millones de personas y devastaban culturas originarias. Escrito sea sin rencores, pero con memoria.
Es inconducente medir cuál peste fue peor. Y es posible que la que hoy vivimos sea, acaso, la peor de toda la historia de la Humanidad. Pero también es la que mejor posicionados nos encuentra en términos sanitarios y científicos, y en la posibilidad de desnudar mentiras y contradecir engaños. Lo que no es poco, porque es allí donde todavía podemos cifrar la esperanza.
Publicado en Página 12